Era uno de esos juegos donde desde un punto en concreto, la pelota era lanzada por una fuerte patada, el que ligaba desde un principio iría a buscarla, recogerla, regresar al punto en el cual se iniciaba la partida, contar hasta cincuenta y empezar a encontrar a la gente escondida, una por una, teniendo que ir a la misma pelota y pronunciar la frese “bote, botero…” y el nombre del niño o niña hallado. El primero de todos ellos, sería quien ligase la siguiente tanda, pero, si por algún casual, alguien lograba volver a lanzar la pelota sin ser encontrado con anterioridad, todos se volvían a esconder y el juego empezaba de nuevo ligando otra vez el primer niño.
Aidé odiaba esa clase de juegos, pero se veía obligada a participar con tal de no quedar excluida, por su forma de ver las cosas, bien la resultaba indiferente, pero a su abuela Ángela, no. Sacaba dos años a la mayoría de las niñas y los chicos, generalmente, eran de su misma edad; siempre era la misma historia, se las apañaban exitosamente para que ella ligase y se tirase todo el rato ejerciendo el mismo papel.
Aquel día no es que fuera muy diferente a los demás, era una mañana de ésos días en las vacaciones de navidad que parecían eternas y los deberes podían esperar. Vestía una falda a cuadros rojos, con un jersey verde botella de cuello vuelto, leotardos colorados y unas Merceditas negras, como una princesa en un cuento de hadas en comparación con otros tiempos; el único defecto consistía en que Aidé tenía ya ocho años y estaba relativamente harta de faldas, vestidos y elegancias si sostenemos la idea que, entre semana iba prácticamente igual vestida con el uniforme del colegio, además, era una constante preocupación porque ni podía correr a gusto y mucho menos mancharse o romperse los leotardos con una caída bobalicona. Su abuela, sumamente orgullosa de la indumentaria de su nieta que ella misma confeccionaba, aunque luego a ojos de los vecinos quedaba como si lo hubiese comprado en la tienda más cara del barrio, solía criticarla y echarle un buen rapapolvo si no mantenía la compostura y no jugaba con los demás niños; ella no quería, prefería quedarse en casa leyendo o escuchando música, absorta en un mundo de fantasías y recuerdos que nunca pudo distinguir, pero no tenía más remedio que satisfacer los mandatos de aquella que le había sacado de ese curioso infierno que era su infancia.
Sería ya la quinta vez que le tocaba ligar, no aguantaba más, las risas, como siempre maliciosas de los demás niños la intimidaban y la dejaban en un estado de odio, rabia y debilidad –algo que curiosamente, le encantaba a los niños, sin tener noción de lo que realmente suponía para Aidé- En una de ésas, optó por dirigirse personalmente a uno de los chicos que manejaba ese complot y encararse con él, le arañó la cara pecosa y le arrancó una buena maraña de pelos pelirrojos que tenía.
-¡Eres un cabrón hijo de la grandísima puta!- vociferaba mientras seguía agrediéndole; todos reaccionaron –tras unos segundos de expectación ante las palabrotas que acababa de decir- y separaron a Aidé agarrándola fuertemente, tuvieron que ser tres los que hicieron falta para sostenerla.
-¡Maldita loca!- exclamó el chico mientras se llevaba la mano a la cara- ¡No me vuelvas a tocar con tus garras, cardo!
-Esooo, fea, vete de aquí- hicieron corrillo los demás niños
-Vete, vete, no te queremos. ¡Loca, loca, eres una loca!- decían las niñas
Llorando y jadeando, pareciendo que de un momento a otro se iba a ahogar, Aidé marchó corriendo a su casa, Ángela dormía la siesta en su cuarto, despertó ante el fuerte estruendo que provocó su nieta al cerrar la puerta y los gritos y golpes de impotencia que daba a los muebles… evidentemente, no era la primera vez que algo así ocurría.
viernes, 28 de marzo de 2008
Lady Sisiak & Seres Dormidos XI
Etiquetas: Lady Sisiak y Delirium Tremens
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1 comentario:
keep going!!!
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