El espíritu es la fuga. Es ahí, en el espíritu del hombre, donde el cosmos se siente logrado con su capacidad de fuga comprobada. Pero la gravedad actúa como resistencia en los ganglios. La locura, que carece de una fuga, no lo es. Es la disolución en el caos de los orígenes, pero para el espíritu tiene las apariencias de fuga ideal. Hay formas de locura alucinantes (…)
Ramón J. Sender
La Esfera.
Ramón J. Sender
La Esfera.
Un muro, una pared, unas figuras abstractas formadas a través del gotéele, una luz anaranjada que queda mutada por el exceso de nicotina, por el tiempo indeseable transcurrido sin limpiar la pantalla; una tensión, tras otra tensión, miles de pensamientos que enturbian la mente, siempre el mismo esquema, siempre el mismo sistema: hacia la búsqueda inconsciente de señales clandestinas, un recuerdo tras otro.
Abriendo el cajón de su mesilla, rebusca entre sus calcetines y medias vieja la llave, su exilio, un pequeño paraíso imaginario, artificial, para pasar las horas en blanco y dejar que el olvido borre lo acontecido; sabe perfectamente que no son formas de solucionar problemas, pero la rutina tiene su encanto, más aun cuando el ser humano no quiere asumir sus propios errores y opta por buscar refugio en lo más absurdo, en lo más mundano.
Cinco cápsulas de color azul cielo y un pequeño plástico con pastillas machacadas son su arsenal, una munición que empieza a escasear, coge un CD, una tarjeta, descompone una de las cinco benditas y lo conjuga en menos cantidad con los polvos del celofán, moldea su sustancia, busca su idolatrado compañero, su inseparable tubito de cristal, - tan frágil y delicado como ella…- tres líneas, tres pasajes, tres estados. Esnifa por el orificio izquierdo de su conducto nasal, acto seguido por el derecho, respira hondo, muy hondo, sintiendo plácidamente como cada uno de los múltiples cristalinos copos se acomodan en su tabique, viene a su memoria la teoría de Demócrito y su división de materia hasta llegar al grado indivisible e invisible, sin embargo, ahora hay un telón de acero en su nariz, una especia de muro de las lamentaciones con pequeñas hendiduras donde deposita sus pecados a la espera de los perdones y así, poder seguir viviendo.
Aun no finalizada la escena, prepara el postre, vacía parte del contenido de un cigarrillo, menos tabaco, menos alquitrán, menos nicotina, menos monóxido de carbono y demás extractos que maltratan el cuerpo para ser sustituido por otro de mayor calibre. Y fumando de manera parsimoniosa, saboreando cada calada, observando esa gruesa línea marrón que se consume en un ritmo ajeno al del cigarro, comienza a ser consciente que aquello, tarde o temprano, podría llegar a su fin, pues los retortijones en la boca del estómago avisaban de la factura de los excesos y de una ansiedad que nunca pudo controlar…
Bebiendo de su Red Label con agua y hielo, escucha su vinilo de Vasthi Bunyan, tararea y se balancea, siendo incapaz de bailar ella sola, son lágrimas las que fluyen por sus mejillas ante la impotencia; y así, tirándose sobre el frío parqué, maldice y se contradice hasta que lentamente comienza a evaporarse gracias a lo ingerido.
Mira con extraño magnetismo la única estrella visible a través de la ventana del velux, que en semejanza al ser humano, posee cinco puntos, cinco puntos de emanación y absorción de energía; hace frío, pero no la importa en absoluto, pues los pesados ladrillos con los que se arrastra desde hace años, disfrutan frotándose y compartiendo aquel curioso padecer de agujas múltiples clavadas, dándose aliento mutuo, descubriendo una mínima parte de la existencia; con los brazos cruzados sobre el pecho de su cuerpo tumbado, siente tras largo rato, levitar contemplando el astro. Una materia, un ente inmóvil bajo un alma que medita, que murmulla y silba como el viento invernal rozando las escuálidas ramas de los árboles, como los chasquidos del fuego devorando la resina, como el débil riachuelo de agua putrefacta en las tierras propensas a la sequía. Toma aire hinchando su vientre, expulsándolo después tímidamente, quedándose plano. Hay algo que carcome sus entrañas, un pequeño parásito que bien le resulta familiar, no clava contundentemente sus garras, no, de momento se sirve simplemente con hacer acto de presencia, porque más tarde taponará el agujero de su embudo invertido y así desgarrará eliminando con saña todo lo consumido, para extenderse después.
Noventa y dos días encerrada en el mismo apartamento, se preguntaba cómo aun podía seguir con vida, anteriormente había hecho acopio de todo lo necesario, como si de momentos en guerra se tratase, pero no precisamente de víveres de primera necesidad habituales. No quería vivir, tampoco morir, sencillamente no quería saber nada del mundo fluido y cotidiano, del mundo competitivo y desagradecido, del mundo devorador y hostil, en general no quería saber nada de nadie, mucho menos de ella misma; entonces, golpeándose la cabeza fuertemente contra el suelo, gime preguntándose un “¿Por qué?” vacío repetitivamente sin hallar respuesta, encontrando únicamente el dolor encefálico que no saciaba su angustia.
Largo rato después, cuando la melódica voz de la cantante de folk sentenció sus últimos acordes, optó por incorporarse, llegando hasta el baño desorientada, mareada y perdida en un entorno ahora irreconocible en su memoria; abriendo el grifo de agua caliente de la bañera, puso el tapón en el sumidero, miró aquel fluido translúcido, no recordaba tenerle pánico, pero el vislumbrar aquella corriente que desprendía un contundente vaho de la confrontación frío-calor, tras doce semanas sin asearse, la hicieron cuestionarse qué tipo de sensación padecería; retrocediendo, vio indirectamente su reflejo en el espejo, contemplándose por segunda vez más detalladamente, fijó las pupilas en el adversario, en aquella mujer que bien le resultaba como una desconocida, se encaró con la misma con gesto despótico, envidiándola por pertenecer a otra dimensión, a otro mundo que no era el que a ella le había tocado vivir, sin embargo, la otra respondió con un extraño gesto de compasión, de apoyo, de amor, de ternura… juntando sus palmas como en baile medieval, una su mano izquierda, otra su mano derecha, se hicieron la promesa de levantarse de nuevo, porque caerse está permitido, pero incorporarse tenía que ser obligatorio.
Antes de adentrarse en la bañera, miró sus pies, le asombró tenerlos, unos pies que no parecían suyos, unos pies que la llevarían donde ella quisiera, unos pies sucios, con largas uñas adosadas; de ahí supo cuanto se había echado a perder. Con su flaqueza como fuerza, con los efectos de la codeína, del diazepam y del alcohol, tomó aire y se sumergió, abriendo bajo el agua los ojos, apreció individualmente cada uno de sus largos mechones morenos que conformaban su cabello, le hubiera gustado permanecer en ese estado hasta la eternidad y así morir, pero sabía que aquello no estaba a su alcance, no era su hora, aun no.
3 comentarios:
un tanto largo, pero el partirlo hubiera significado cierto desasosiego por lo que siente el lector. Esta es mi segunda novela, aquella que encié a "entrelíneas editores" una editorial cutre, falsa y mezquina que juega con los sueños de los escritores noveles...
eso de ahi es un virus!!! no pinchéis
Si aceptas un consejo, de alguien mayor (ke no tiene porke m�s sabio), estat� preparada para la decepci�n, en lo ke a enviar manuscritos a editoriales se refiere, me parece ke la estadistica esta ahora en uno de cada 2000 libros escritos lo ke se publica.
Aunke claro las estadisticas son facilmente manipulables (y esto lo sabe el 22% de la gente. jj)).
Eso s� hay ke intentarlo, !un saludo de domingo! aburrido y monotono (el domingo, no el saludo)
(YdlP)
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