Sylvia Plath nació el 27 de octubre de 1932 en el seno de una familia de clase media en Jamaica Plain, Massachusetts, y pasó su infancia en Winthrop. Fue una chica hermosa, sensible e inteligente, que obtenía las mejores notas y era muy popular en la escuela. Pero en su interior incubaba graves problemas psíquicos que tenían su origen en la muerte de su padre, un especialista en abejas que daba clases de biología en la Universidad de Boston, y que falleció de embolia pulmonar cuando Sylvia contaba con 8 años de edad. A esa edad publicó su primer poema, y para cuando empezó a estudiar en el "Smith College" para señoritas, el 27 de septiembre de 1950, ya era una consumada poetisa. Sus estudios en ese prestigioso centro fueron sufragados por becas Durante el tercer verano de su etapa en el Smith College, al regresar de una estancia en la ciudad de Nueva York, donde había estado haciendo prácticas en la revista "Mademoiselle, intentó suicidarse tomando somniferos. Más tarde describiría esta experiencia en su novela autobiográfica La campana de cristal (The Bell Jar). Después de un período de recuperación que incluyó tratamientos de electroshock y psicoterapia.
En febrero de 1956 le presentaron al ya famoso poeta Ted Hughes en una fiesta. Cada uno conocía y admiraba la obra del otro. Sylvia y Ted se casaron. En 1960, cuando tenía 28 años, se publicó en Inglaterra su primer libro de poesía: El coloso (The Colossus and Other Poems). En 1961, al regreso de unas vacaciones en Francia, el matrimonio tomó la decisión de trasladarse a vivir a un pueblecito de la zona de Devon, pero poco después del nacimiento de su segundo hijo, cuando Sylvia descubrió la relación existente entre Ted y Assia Gutman, se separaron.
A principios de 1963, Sylvia vivía en un pequeño apartamento de Londres con sus dos pequeños, sin apenas dinero. La dureza de esos días hizo incrementar su necesidad de escribir y trabajaba incansablemente durante la noche en sus poemas. En estos últimos poemas, la muerte era observada como un alivio psíquico cada vez más cercano. El 11 de febrero, con un frío mortal, Sylvia se levantó a las seis de la mañana y llevó al cuarto de los niños una bandeja de desayuno con pan, mantequilla y dos jarritas de leche. Se encerró en la cocina. Tapó todos los resquicios con toallas. Luego puso su cabeza en el horno y abrió el gas. Cuando la encontraron, todavía estaba tibia. Tenía 30 años y su biografía reunía todos los requisitos para convertirse en un icono poético: juventud, belleza, locura, suicidio y, por encima de todo, un deslumbrante talento literario.
Daddy
Ya no me quedas no me calzas más
zapato negro, nunca más.
Allí dentro vivía como un pie
durante treintaitantos años, pobre y blanca,
sin atreverme a respirar ni decir achú.
Papacito he tenido que liquidarte.
Estabas muerto antes de que hubiese tenido tiempo
Pesado como mármol, talega llena de Dios,
estatua lúgubre una sola pezuña parda
Grande como un sello de San Francisco.
Una sola cabeza sobre el caprichoso Atlántico
Donde derrama granos verdes sobre el azul
Aguas afuera de la hermosa Nauset.
Me acostumbré a rezar para que volvieras.
Ach, du.
En la lengua alemana, en el pueblo polaco,
Raídos, nivelados por la aplanadora
De las guerras, las guerras, las guerras.
Pero el nombre del pueblo no es extraño.
Dice mi amigo el polaco.
Que hay más de una docena
De modo que no puedo acertar dónde
Tú pusiste la planta, tu raíz,
Yo nunca pude hablarte
Se me pegaba la lengua al paladar.
Se trabó en una trampa alambrada de púas
Ich, ich, yo, yo.
Apenas si podía hablar,
Creía que todo alemán eras tú
Y el obsceno lenguaje
Una máquina, era una máquina
Insultándome como a una judía.
Otro judío a Dachau, Auschwitz, Belsen.
Como judía empecé a hablar
Y pienso que muy bien judía puedo ser.
Las nieves del Tirol, la cerveza de Viena
No son tan puras ni tan auténticas.
Con mi linaje gitano y mi extraña suerte
Y mi mazo de Tarot, mis cartas de Tarot
Muy bien puedo ser algo judía.
Siempre te he tenido a ti
Con tu Luftwaffe, con tu glugluglú,
Y tu recortado bigote
Y tu ojo ario, azul celeste.
Hombre-panzer. Oh, tú...
No Dios, sino una esvástica
Tan negra que ningún cielo podría cernirse.
Toda mujer adora a un fascista,
la bota en la cara, el brutal
brutal corazón de una bestia como tú.
De pie estás en la pizarra, papi,
En la fotografía que tengo de ti,
Una hendidura en la barbilla
En vez de en tu pie.
Pero no menos demonio por eso, no,
No menos que el hombre de negro.
Qué puso freno a mi lindo y rojo corazón
Tenía diez años cuando te enterraron.
A los veinte intenté morir
Y regresé, regresé a ti
Pensé que hasta mis huesos volverían también.
Pero me sacaron de la talega
Y me reconstruyeron con goma.
Y entonces supe qué hacer.
Hice un modelo de ti.
Un hombre de negro con aire de Meinkampf.
Amante del tormento y la deformación
Yo dije sí, sí quiero.
Así, papito, he terminado al fin.
El teléfono se arrancó de raíz,
Las voces ya no pueden carcomerme más.
He matado a un hombre, he matado a dos
Al vampiro que dijo ser tú
Y bebió de mi sangre todo un año,
Siete años si quieres enterarte,
Papito, puedes descansar en paz ahora.
Hay una estaca en tu negro, burdo corazón,
A los aldeanos nunca les gustaste.
Están bailando y zapateando sobre ti,
siempre supieron que eras tú
Papito, papito: escúchame bastardo, acabada estoy.
En febrero de 1956 le presentaron al ya famoso poeta Ted Hughes en una fiesta. Cada uno conocía y admiraba la obra del otro. Sylvia y Ted se casaron. En 1960, cuando tenía 28 años, se publicó en Inglaterra su primer libro de poesía: El coloso (The Colossus and Other Poems). En 1961, al regreso de unas vacaciones en Francia, el matrimonio tomó la decisión de trasladarse a vivir a un pueblecito de la zona de Devon, pero poco después del nacimiento de su segundo hijo, cuando Sylvia descubrió la relación existente entre Ted y Assia Gutman, se separaron.
A principios de 1963, Sylvia vivía en un pequeño apartamento de Londres con sus dos pequeños, sin apenas dinero. La dureza de esos días hizo incrementar su necesidad de escribir y trabajaba incansablemente durante la noche en sus poemas. En estos últimos poemas, la muerte era observada como un alivio psíquico cada vez más cercano. El 11 de febrero, con un frío mortal, Sylvia se levantó a las seis de la mañana y llevó al cuarto de los niños una bandeja de desayuno con pan, mantequilla y dos jarritas de leche. Se encerró en la cocina. Tapó todos los resquicios con toallas. Luego puso su cabeza en el horno y abrió el gas. Cuando la encontraron, todavía estaba tibia. Tenía 30 años y su biografía reunía todos los requisitos para convertirse en un icono poético: juventud, belleza, locura, suicidio y, por encima de todo, un deslumbrante talento literario.
Daddy
Ya no me quedas no me calzas más
zapato negro, nunca más.
Allí dentro vivía como un pie
durante treintaitantos años, pobre y blanca,
sin atreverme a respirar ni decir achú.
Papacito he tenido que liquidarte.
Estabas muerto antes de que hubiese tenido tiempo
Pesado como mármol, talega llena de Dios,
estatua lúgubre una sola pezuña parda
Grande como un sello de San Francisco.
Una sola cabeza sobre el caprichoso Atlántico
Donde derrama granos verdes sobre el azul
Aguas afuera de la hermosa Nauset.
Me acostumbré a rezar para que volvieras.
Ach, du.
En la lengua alemana, en el pueblo polaco,
Raídos, nivelados por la aplanadora
De las guerras, las guerras, las guerras.
Pero el nombre del pueblo no es extraño.
Dice mi amigo el polaco.
Que hay más de una docena
De modo que no puedo acertar dónde
Tú pusiste la planta, tu raíz,
Yo nunca pude hablarte
Se me pegaba la lengua al paladar.
Se trabó en una trampa alambrada de púas
Ich, ich, yo, yo.
Apenas si podía hablar,
Creía que todo alemán eras tú
Y el obsceno lenguaje
Una máquina, era una máquina
Insultándome como a una judía.
Otro judío a Dachau, Auschwitz, Belsen.
Como judía empecé a hablar
Y pienso que muy bien judía puedo ser.
Las nieves del Tirol, la cerveza de Viena
No son tan puras ni tan auténticas.
Con mi linaje gitano y mi extraña suerte
Y mi mazo de Tarot, mis cartas de Tarot
Muy bien puedo ser algo judía.
Siempre te he tenido a ti
Con tu Luftwaffe, con tu glugluglú,
Y tu recortado bigote
Y tu ojo ario, azul celeste.
Hombre-panzer. Oh, tú...
No Dios, sino una esvástica
Tan negra que ningún cielo podría cernirse.
Toda mujer adora a un fascista,
la bota en la cara, el brutal
brutal corazón de una bestia como tú.
De pie estás en la pizarra, papi,
En la fotografía que tengo de ti,
Una hendidura en la barbilla
En vez de en tu pie.
Pero no menos demonio por eso, no,
No menos que el hombre de negro.
Qué puso freno a mi lindo y rojo corazón
Tenía diez años cuando te enterraron.
A los veinte intenté morir
Y regresé, regresé a ti
Pensé que hasta mis huesos volverían también.
Pero me sacaron de la talega
Y me reconstruyeron con goma.
Y entonces supe qué hacer.
Hice un modelo de ti.
Un hombre de negro con aire de Meinkampf.
Amante del tormento y la deformación
Yo dije sí, sí quiero.
Así, papito, he terminado al fin.
El teléfono se arrancó de raíz,
Las voces ya no pueden carcomerme más.
He matado a un hombre, he matado a dos
Al vampiro que dijo ser tú
Y bebió de mi sangre todo un año,
Siete años si quieres enterarte,
Papito, puedes descansar en paz ahora.
Hay una estaca en tu negro, burdo corazón,
A los aldeanos nunca les gustaste.
Están bailando y zapateando sobre ti,
siempre supieron que eras tú
Papito, papito: escúchame bastardo, acabada estoy.
1 comentario:
Vaya otro talento que termina suididándose...¿Cuántos habrá? bufff
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