Último Diario

Ayer le di la invitación a Ángel para mi boda. Salí a la calle, con la certeza de que lo encontraría, pero sin saber dónde, sabía que había quedado con Jesús, he decidido hacer el camino desde la casa de Ángel, hasta el bar dónde tantas veces hemos quedado Jesús, Irene, Adrián y yo. Cuando lo encontré, casi no pude reconocerlo, parecía un fantasma, aunque Jesús ya me había dicho que había cambiado mucho, pero jamás creí que tanto, en su rostro ya no quedaba nada de aquel joven, aquel joven alegre, que solía sonreír siempre, sus ojos marrones, ahora eran casi negros, estaban hundidos en las cuencas, tan clavados, que a duras penas podría ver bien.

Si con tanta crueldad el dolor le había destrozado la cara, que habría pasado con su cuerpo, no me atrevía a mirarlo, cuando al fin lo hice, vi que había adelgazado muchísimo, nada quedaba ya del Ángel que estuvo haciendo el amor conmigo cinco años atrás. Sus manos parecían frágiles, los dedos muy largos, y se le notaban las articulaciones y las venas, pero cuando me saludó, pude notar la dureza que escondían sus manos, una aspereza, que nada tenía que ver con la suavidad de aquellas manos que recorrieron todo mi cuerpo en una noche de pasión.

Quise darle dos besos, rozar sus mejillas, aquellas mejillas que tiempo atrás eran tan suaves, tan finas, y ahora parecían todo lo contrario con la barba sin afeitar de varios días, desaliñado, pero no quiso y estiró sus manos, entonces pude notar su aspereza. Hemos hablado poco, muy poco, la conversación ha sido incómoda para los dos, le he dado la carta, y me he ido pronto. Mañana sabré la respuesta de Ángel, ahora sólo puedo esperar.

La gente se guarda tantas cosas… Y pueden olvidar tantas otras…